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Ser fotógrafo de viajes es aprender a estar preparado para el fracaso y en esa misma línea del fracaso es aprender también a recibirlo con una sonrisa, si se quiere agregarle poesía a la ecuación.
Ser fotógrafo de viajes es aprender a estar preparado para el fracaso y en esa misma línea del fracaso es aprender también a recibirlo con una sonrisa, si se quiere agregarle poesía a la ecuación.
Al igual que el clown, el improvisador sobre el escenario, vive en una sucesión infinita de presentes; navega en un mar de emociones intransitivas y habita el universo de la paradoja. Al igual que el improvisador, el clown escucha con atención, sobreacepta y lanza nuevas propuestas. Ambos acuden al gag, al resorte cómico y al remate. Ambos hacen que el publico ría, llore, odie y ame.
En el año dos mil cinco tuve un flechazo, un amor a primera vista con ella: la improvisación. De inmediato me agarró en sus brazos y me dijo: Llámame mejor; IMPRO, más corto y más intenso. Ella me exigía decirle sí a todo, para mí fue difícil, incluso llegué a sentirme impotente. Pero, acepté su reto y comencé a decirle sí a todo de forma extrema, aunque desde mi propia forma de entender la aceptación, diciendo: Hágale.
Una de las cosas que más me sorprende de la impro es cómo se puede llegar a sentir lo que se conoce como “the funny zone” la cual, creería que todos hemos experimentado o por lo menos presenciado.
La vida no tiene guion, no tiene un método establecido que debamos seguir para llegar a determinado fin de la vida buena, no hay un plan trazado para nosotros y mucho menos tenemos nuestras vidas escritas con un final feliz.
El mundo de la impro funciona al revés del mundo real para muchas cosas, entre menos pienses las cosas más funcionan, entre más original quieras parecer menos original eres y aquello que parece más desprovisto de preparación es a lo que más tiempo invertimos. De la misma manera funcionan los cuerpos para la improvisación y para la escena; al revés.
Por: Alejandro Mejía Restrepo Así me lo contaron y así lo recuerdo: en medio del bosque, entre sonoras carcajadas y algunos secretos, andaban de picnic Caperucita Roja y el Lobo Feroz. TieneLeer más…
“¡QUÉ MIEDO IMPROVISAR!
¡Qué miedo hacer el ridículo!” Esas son algunas frases comunes que escucho de alguien cuando le cuento que soy improvisador.
Solíamos renegar de los títulos después de terminada una función, especialmente cuando había sido una difícil, decíamos que los títulos esto y aquello, que muy sexuales o escatológicos, muy clichés, muy tontos, largos o cortos, muy básicos o enredados, en fin, como les dije: renegábamos de los títulos (re-negar, severa palabra para un grupo de improvisadores cuya teoría dice que no deben negar, menos aun, re-negar)
Acción Impro nació en un taller de improvisación que el actor Rigoberto Giraldo dio en el año 2000 en la Universidad de Antioquia. “Éramos todos unos muchachitos”, dice Catalina Hincapié. Ella y Sanín son los únicos miembros fundadores de Acción Impro que siguen en la compañía. “Nos mantenían nuestros papás, y como no teníamos que trabajar, pudimos pasar tres años encerrados en un salón ensayando. Empezamos a hacer improvisaciones en las filas de la fotocopiadora o del banco, y al final pasábamos el sombrero recogiendo plata. Con el tiempo aparecimos en teatros, cobrábamos la función a cien mil pesos: una parte la dejábamos para el grupo, y con el resto pagábamos una botella de ron para todos”.