Por: Brayan Navarro Londoño

La vida no tiene guion, no tiene un método establecido que debamos seguir para llegar a determinado fin de la vida buena, no hay un plan trazado para nosotros y mucho menos tenemos nuestras vidas escritas con un final feliz. Esto lo pude comprender en un momento de incertidumbre y planes fallidos, en el que sientes el peso de la muerte de un ser querido y se te desdibuja el futuro, en el que no sabes quién eres, ni lo que has logrado en tu vida, en el que te preguntas si aquello que planeaste o aquello que te impusieron como modo de vida si es realmente el correcto, en el que rechazas quién eres por cumplir expectativas ajenas y dejas de ser tu.

La Improvisación teatral llegó a mi vida no como pasatiempo, ni de la forma en la que habitualmente es buscada por las personas para el entretenimiento, mucho menos como profesión. Conocí la impro, cuando fui invitado a trabajar en un bar de un teatro (de todo me imaginé que fuera uno de improvisación teatral), recuerdo mucho ese primer día de trabajo y recuerdo aún más la primera vez que vi en escena una obra improvisada, ese primer “A toda prueba” cambió mi perspectiva de la vida, mi forma de ver y aceptar las cosas, descubrí que, la manera en la sé que toma una postura negativa o se cierra una idea cambia por completo el curso de una historia.

A medida que iba pasando el tiempo, los fines de semana llegaban y con ellos las funciones en el teatro. Mientras trabaja en el bar y prestaba el servicio al público, se daba inicio a una obra siempre distinta y nunca igual. Al ser empleado y al mismo tiempo espectador, comprendía más y más los principios de la Impro (escuchar, aceptar y proponer), pues, no solo veía la obra, sino también, podía interactuar antes y después de cada función con muchos de los actores, de quienes me enriquecía con cada una de sus vivencias e historias. Actores que hoy considero amigos entrañables con los cuales comparto peripecias y anécdotas que remembramos cada vez que tenemos oportunidad y que me permitieron comprender y aprender las bases de la improvisación teatral.

Ver todos los fines de semana a esos cracks parados en el escenario, me ha ayudado soltar el miedo de equivocarme en público y ser más espontáneo al momento conocer e interactuar con personas nuevas. A la impro (especialmente a Acción Impro) le debo muchas cosas; el permitirme conocer personas maravillosas con diferentes perspectivas y visiones de la vida, las salidas con García a “payasear” en los bares sin el pensar en el que dirán, las frases categóricas de Jairo Pinzón, las conversaciones cómicas e intelectual en el bar con David Sanín y Felipe Jaramillo, las ocurrencias que se dan cuando hablas Vicky, las pláticas sobre cuitas amorosas con Catalina y Adriana y  otras muchas otras anécdotas con actores no menos importantes que me faltan por mencionar.

Hay algo que siempre recuerdo que hasta el día de hoy me parece sorprendente y es observar los rostros de felicidad del público al finalizar la obra, pues, se les nota una energía renovada al salir de cada función. Es muy gracioso cuando algunas personas visitan el teatro por primera vez y llegan con cara de escepticismo, mirada seria y postura cerrada como diciendo “Vamos a ver que es lo bueno de este teatro” pero, cuando la función inicia y las impros vienen y van, estas personas van sufriendo un cambio, el escepticismo desaparece, surge en ellos una sonrisa y sus carcajadas suenan  al unísono con la de los otros espectadores.

 Aceptarse y sobre aceptarse a sí mismo es fundamental, en la impro no hay una obra construida y así mismo es en la vida, nunca sabremos lo que pasara, debemos construirla, asumir y aceptar los vaivenes que se presentan, es tanto el principio de la impro, como principio la vida. Escuchar a los demás y saber que ellos tienen algo que decir es importante, en muchas ocasiones seguirles el paso a las ideas del otro pueden ayudarte a construir una excelente historia y en la vida te dará una gran oportunidad para alcanzar muy buenas experiencias. No siempre tenemos que esperar a que lo otro (sea esto una persona, momento o determinado espacio) nos de la iniciativa, nosotros mismos también podemos proponer ideas, comenzar historias o empezar una nueva si es necesario.

Improvisar es eso, sortearse los imprevistos, los accidentes o las mismas casualidades que en el teatro de la vida van apareciendo, aceptar y muchas veces sobre aceptar lo que en escena se plantea (o si se quiere, lo que va apareciendo en nuestras vidas), porque es nuestra realidad y no se puede esconder, porque es lo que se muestra al publico y no hay de otra más que abordarlo.

 La creatividad, la espontaneidad, la recepción de ideas, la escucha al entorno, la aceptación, las propuestas, la cooperatividad, la agudeza mental y demás valores que conforman la magia de la improvisación teatral, nos muestran que, para la vida buena no hay un método, no hay una historia inamovible, no hay planes inalterables. Por el contrario, el arte de improvisar nos permite tomar diferentes senderos, surcar diferentes historias con una infinidad de géneros que a veces pueden ser literarios, novelescos, o si se quiere como una gran película de Hollywood.

Para resumir, la impro nos incita a crear una gran historia para nuestras propias vidas porque como dice Jairo:

“Uno no sabe que se pierde por escrupuloso”.

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