Impro y clown… O La noche en la que se diluyeron las fronteras
Por: Edwin García
No soy más que un marinero sin mar sobre una barca de papel. El funámbulista sobre la cuerda floja en un Brodway criollo quien apenas afina un par de notas. El bodeguero de una oficina que aprendiendo a leer explica la filosofía clásica. No soy más que un príncipe Danés del siglo XII representado por el aseador de una compañía de teatro. Visto así, sólo soy una trágica proyección de la existencia humana, pero visto en detalle, soy en realidad una serie de premisas cómicas.
Una pregunta recurrente entre estudiantes, académicos, actores y espectadores, es la diferencia entre el clown y la impro. Pues bien, aquella noche entre cervezas, risas, música y cigarros, después de una función bastante improvisada, divagamos sobre este asunto…
Al igual que un clown, el improvisador sobre el escenario, vive en una sucesión infinita de presentes; navega en un mar de emociones intransitivas y habita el universo de la paradoja. Al igual que el improvisador, el clown escucha con atención, sobreacepta y lanza nuevas propuestas. Ambos acuden al gag, al resorte cómico y al remate. Ambos hacen que el publico ría, llore, odie y ame.
Si bien la dramaturgia de la impro se construye peldaño a peldaño en la escena misma, la del clown nunca está terminada, se construye día a día con cada público con cada función. La dramaturgia de la impro puede tomar rumbos distintos: ser minimalista, lineal o descendente. La del clown puede ser circular, aristotélica o regresiva.
Si hablamos de similitudes, podríamos decir que ambas formas dramatúrgicas pasan por clímax y anticlímax, tienen en su haber un incidente desencadenante y procuraran solucionar la escena a través del suspenso o del Deus Ex machina. Tanto la dramaturgia de la impro como la del clown tienen una promesa dramática, justifican cada acción y echan mano de la elipsis para la sucesión de los acontecimientos.
El espacio del clown al igual que el de la impro, va más allá de esa cuarta pared stanislavskiana. Va más allá de esa idea romántica del espectador como observador pasivo. La escenografía del clown y de la impro incluye al espectador y desplazan esa cuarta pared detrás de la última fila de ese insólito público.
Tanto en impro como en clown, cuerpo, voz y emoción que se transforma en la escena, son elementos fundamentales a la hora de crear carácteres, roles o personajes. En ambos, la energía a punto del desborde y el timing, entendido como ritmo en pro de la escena, son pilares esenciales. Impro y clown tienen un origen histórico común.
La nariz del clown es mundialmente conocida como la máscara mas pequeña del mundo. El clown aún sin su nariz seguirá existiendo, pero muere, una vez abandona su máscara. Esto tiene una sencilla traducción: la máscara no es un accesorio del vestuario. La mascara es, sin duda, la técnica, el alma y la potencia que encarna ese ser en el escenario, independiente del elemento que utilice.
Así entonces, el improvisador en escena vive sin el accesorio, pero no sin la máscara en su cuerpo, en su voz y en su emoción. De este mismo modo, la impro y el clown comienzan a morir una vez utilizan formulas. Una formula es una solución recurrente, es el as bajo la manga del mago, es un chiste desgastado de tanto uso, es una reiteración salida de timing, es una misma estructura para todas las escenas, es una acción predecible.
Tanto el clown como el improvisador buscan que sus compañeros de escena brillen. Ambos son temerarios frente al error y al fracaso. No le temen ni a la pérdida ni a la equivocación y mucho menos al ridículo, antes bien, trabajan para que todo ello suceda, para hacerlo evidente y para transformar la realidad escénica a partir de ello.
El clown y el improvisador, de cualquier género, son seres decididos. Aún sin saber muy bien para dónde va ese mundo que están construyendo toman decisiones instantáneas y van moldeando, con cada nueva ficha del juego, ese nuevo universo. Ambos son seres impredecibles en la escena. Pareciera que el camino está marcado hacia un desenlace deseado, pero luego, pum, un giro inesperado cambia los acontecimientos y las peripecias del héroe, llevándoles a un nuevo destino, a un nuevo puerto.
Impro y clown exploran minuciosamente cada momento. Ambos son lenguajes escénicos que rebasan las estructuras convencionales. Están cada vez más cerca de la performance, del juego infantil, transitan sin pasaporte las fronteras de los distintos territorios dramáticos y logran aún con el espacio vacío, la heterotopía.
Los clowns al igual que los improvisadores, requieren de un dominio técnico tal sobre el escenario que superan la idea ya caduca de protagonistas y antagonistas. Ambos saben que, por mas fracasos, tortazos, caídas y resbalones, no hay ganadores ni perdedores sobre la escena, y de haberlos, los únicos ganadores han de ser los espectadores y el espectáculo mismo. Clowns e improvisadores son seres con una infinita capacidad de asombro en la vida cotidiana y, sin darse cuenta, son bastante inocentes en su mundo circundante.
Después de un rato de esta irrazonable disertación me separé del grupo con una pregunta clara: ¿por qué entonces sigo siendo esa paradoja andante en la que los improvisadores me llaman clown y los clowns me llaman improvisador?
Así que fui, apagué el cigarro en la suela de mis zapatos talla 37, desagüé algunas cervezas represadas en mi vejiga y al regresar al grupo de conversadores, hice esta categórica revelación: ¡Muchachos, no tengo claro entonces, si esta noche fuimos improvisadores o una banda de payasos!