Por: Valentina Gutiérrez

Para los que ya no están, para los que todavía siguen y los que vienen.

Este año perdimos a una AMIGA de la impro y digo perdimos porque era amiga de todos. Nunca dejó de saludar, de jugar, de improvisar, de disfrutar, de cantar, de bailar, de abrazar…

Pensando en eso me di cuenta de que la impro, para quienes decidimos asumirla como un estilo de vida, significa mucho más de lo que imaginamos. Quién creería que lo que empezaba como un hobbie se convertiría en una pasión, que un desconocido sería un amigo valioso, que un profe se volvería uno más del grupo para tomar cerveza e ir a bailar.

Todos los que llevamos varios años improvisando, con el mismo grupo, podemos decir que el primer día difícilmente nos dijimos, hola, o quizá sí, pero por cortesía. Ese primer día siempre es difícil, llegamos a un nuevo espacio, lleno de personas desconocidas (jmm digo lleno porque al nivel de introducción siempre entran como veinte) a quienes solo nos une la curiosidad por la impro. Nadie habla con nadie, todos en esquinas separadas viendo el celular para evitar hacer contacto visual. Inmediatamente, empieza la clase y la tensión desaparece gracias a un Gía, un Palabra Lanzada, un Me Remite A…. o un Preparación Giro que tienen la capacidad de, en segundos, establecer relaciones que, en su mayoría, pueden ser para la vida.

Después de romper el hielo, las clases son diferentes, se vuelven tan adictivas que hasta enguayabados hemos ido (sí, suena irresponsable, pero la impro puede más que el malestar) Tal vez, lo que las vuelve tan llamativas no sea solo la impro por la impro, sino las personas con quien las compartimos. Esos desconocidos del primer día se vuelven amigos y por medio de un almuerzo después de clase se empieza a afianzar la relación. Lo que sigue ya todos los conocen, ir a una finca, hacer karaokes, etc. Las clases se vuelven tan cortas que la amistad busca otros espacios para fortalecerse.

Es que la impro tiene ese poder: el de unir a personas que, en otros espacios, estoy segura, no se hubieran dirigido la palabra. Con la impro podemos ser niños juntos, crear juntos, ser vulnerables juntos, reírnos juntos, crecer juntos, afrontar miedos juntos, equivocarnos juntos.

Estar en escena con esos amigos se convierte en un “parche”. El camino que llevamos recorrido nos hace cómplices. Ya no es necesario hablar, nos conocemos lo suficiente para entender las propuestas del otro solo con un gesto o una postura. Sentir ese grado de conexión, de apoyo, de escucha es un privilegio que pocas cosas, además de la impro, te pueden dar la fortuna de experimentar. La impro, al fin y al cabo, nos da una familia, una familia poco convencional, pero que se quiere, se respeta y se fortalece con el tiempo.

Al principio mencioné a una AMIGA, Catalina Echeverry Mejía (escribo en mayúscula porque siempre entendió y valoro las amistades de la impro) Quienes tuvimos el privilegio de conocerla y de improvisar junto a ella podemos afirmar que siempre le dijo sí a todo, siempre jugó, fue noble, extrovertida y arriesgada fuera y dentro de la escena. A mí me enseñó el valor de los abrazos. Ella nos demostró lo que significa una verdadera amistad de la impro. Te recordamos siempre.

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