Por: Andrea Cadena Bitar
Había una vez, un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos, había también una bruja hermosa, un pirata honrado y un príncipe malo, todas estas cosas había una vez cuando yo contaba un mundo al revés…
Mentes simples y cuerpos pretenciosos; si encontrara este titulo al inicio de un articulo de una revista o un periódico, la cerraría inmediatamente, sólo por no leer un artículo más sobre cómo llevar una vida fit, tener un cuerpo perfecto o cualquier otra idea que centre su discurso en las construcciones de cuerpos netamente pretenciosos que dejan de un lado el desarrollo de las mentes para centrarse en el desarrollo de los músculos, las pieles perfectas, la juventud eterna y otras cosas más. Pero quiero aventurarme esta vez a hablar desde el contrario. El mundo de la impro funciona al revés del mundo real para muchas cosas, entre menos pienses las cosas más funcionan, entre más original quieras parecer menos original eres y aquello que parece más desprovisto de preparación es a lo que más tiempo invertimos. De la misma manera funcionan los cuerpos para la improvisación y para la escena; al revés.
Decía Johnstone al hablar de originalidad, que:
El improvisador debe darse cuenta que mientras más obvio sea más original parecerá(…)(… )cuando un artista se inspira está siendo obvio, no está tomando ninguna decisión, no está sopesando ideas. Está aceptando sus propios pensamientos.
De esta manera mientras más claras, obvias y básicas sean sus ideas, más honesta es la improvisación. Pasa, a mi parecer, lo contrario con el cuerpo, puesto que solemos dejarlo de lado. Naturalmente a lo largo de la vida hemos adoptado diferentes complejos con lo que es o debería ser nuestro cuerpo, adaptado a la “idea de un cuerpo perfecto” que pocos o ninguno tienen. Estos complejos nos juegan en contra en la escena, puesto que inconsciente o conscientemente partimos desde lo que no podemos o no debemos hacer con el. Y un NO corporal, funciona igual que un NO verbal en escena, se convierte en un bloqueo que llega a un punto en que no nos permitirá avanzar. Pensamientos como yo no soy tan flexible, no salto tan alto, que ridículo si lo intento y caigo al piso, yo no bailo bien, debo verme muy afeminado con ciertos movimientos o si levanto demasiado los brazos van a verme la barriga, son nuestros principales enemigos al enfrentar un escenario y son simplemente eso, complejos. Cuando por el contrario, nos creemos toda la situación y le permitimos al cuerpo decir Sí, cosas mágicas pasan en nuestra expresión:
—Soy el mejor bailarín del planeta.
—Puedo dar una patada voladora.
—Soy tan fuerte como una roca.
Ya son por si solas escenas improvisadas que cualquiera disfrutaría ver.
En medida que nos permitimos pensar las escenas con el cuerpo, un nuevo universo se crea desde el gesto, más allá que desde la palabra. Las escenas crecen en tal medida que nos volvemos tan maleables como una plastilina.
Ahora, ¿Qué significa una mente simple?
Una mente en calma, que esta viviendo el aquí y el ahora y esta constantemente escuchando lo que se propone. Una mente simple es eso, una mente obvia, que acepta sus propios pensamientos sin escudriñar demasiado para buscar la idea perfecta. Una mente atenta, que junto a un cuerpo más pretencioso, genera una perfecta armonía.
Suelo pedir esto en mis clases, les sugiero a los estudiantes que vayan más allá con el cuerpo de lo que van con la mente. Pero más allá que una solicitud pedagógica que hago para que desarrollen acciones y compongan visualmente el escenario, me reafirmo al verlos y verme experimentar nuevas formas en las jamás nos imaginamos estar, que los cuerpos siempre pueden sorprendernos, porque es a través de ellos que, como bien diría E. Decroux, hacemos visible, lo invisible.
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