Por: Alejandro Mejía Restrepo

Hace poco vi una entrevista que le hicieron a Paul McCartney en la que decía que ha cantado tantas veces las mismas canciones a lo largo de los años, que a veces nosotros como público lo vemos muy concentrado y emotivo mientras interpreta una bella canción, pero realmente por dentro está pensando en cosas triviales como la comida después del show o si dejó abierta la puerta o dónde puso las llaves de la casa. Obviamente reí con esa confesión y en su más reciente (y probablemente última) presentación en Colombia confieso que en algunos momentos llegué a imaginar que mientras el público cantaba como una sola voz “Hey Jude”, él realmente estaba más preocupado por alguna nimiedad del tipo “¿será que me llevan a comer la misma oblea que a Mick Jagger?” o “¿qué carajos quiere decir ´rolo´?”

Como comediante de Stand up comedy, hacer un show nuevo y estrenarlo es llevar consigo una carga de adrenalina que se disfruta muchísimo. Y a medida que se hace y se repite, uno lo va interiorizando y lo va puliendo, y en eso que los comediantes llamamos “horas de vuelo” nos damos cuenta que tanto show como nosotros crecimos lo suficiente para saber que tenemos un montaje sólido y pulido. Pero sé que también he pasado por lo mismo que Paul. Después de muchas funciones es inevitable que algunas partes se terminen haciendo de manera automática, y con esto no quiero decir que no sea honesto; es simplemente que es muy difícil, por no decir imposible, que un show tenga siempre la misma energía.

Pensando en ello me he dado cuenta del valor tan grande que le he encontrado a la improvisación como herramienta de trabajo y apoyo para la comedia, no solo por el hecho de lo que me pueda ofrecer durante el espectáculo, sino también porque me ha permitido estar en el momento. Y hago énfasis en esa palabra: estar.

Contrario a lo que sucede con Paul (y también conmigo, como ya lo dije), tener los sentidos atentos y la percepción abierta ha sido determinante para que cualquier elemento que se me ofrezca -bien sea por parte del público, o bien sea porque algo que dije me disparó una conexión con un tema que originalmente no hacía parte del show-, pueda resultar convertido en material nuevo que complemente el guion original.

Recuerdo dos situaciones puntuales que me sucedieron en diferentes teatros. La primera ocurrió precisamente en la sala Acción Impro cuando apenas estaba estrenando mi primer show grande llamado “En edad de merecer” hace 16 años. En algún momento dije algo que hizo que un señor sentado en primera fila se riera tanto que se cayó de la silla. Después de confirmar que el señor estaba bien y que no había pasado nada más allá de una torpe caída, el show cambió por completo y cada oportunidad que tenía para incluir ese personaje en el texto original no lo desaproveché. De esta manera, cada rutina iba creciendo y mucho de lo dicho esa noche terminó volviéndose parte de lo que siguió siendo ese espectáculo.

Algo similar sucedió en Bogotá, donde me presentaba con otros comediantes, en un espacio en el que cada uno contaba con 20 minutos para hacer su show. Aquella vez una mujer tenía una risa tan particular que hacía que poco importara lo que yo estuviera diciendo. Total, entrados en gastos, aprovechar ese papayazo terminó regalándonos al público y a mí 20 minutos en los que no dije absolutamente nada de lo que tenía planeado. Fue una seguidilla de ideas y chistes que iban brotando y se juntaban unos con otros hasta el punto en que reíamos tanto todos con lo que iba ocurriendo, que cuando me anunciaron que mi tiempo se había acabado, nadie se sintió tumbado porque el comediante paisa no hizo nada de la rutina que se supone habían ido a ver.

Uno de los consejos que siempre le doy a la gente que comienza a hacer stand up comedy es que traten de escribir un show que les permita jugar con él. Que eviten a toda costa hacerlo como un guion aprendido que va de A a B y luego a C en el mismo sentido siempre. La improvisación no es solo jugar “Más x menos” o “Troca”. Improvisar es permitirnos ser conscientes del lugar en el que estamos. Permitirnos estar atentos a cualquier elemento que nos regale algo, sobre todo esa chispa que nos devuelve a ese momento en el que conectamos con el público y no simplemente los escuchamos cantar y reír…y entonces, mejor cantar y reír con él.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *