Por: Carlos Pérez Pérez

“¡QUÉ MIEDO IMPROVISAR!
¡Qué miedo hacer el ridículo!”

Esas son algunas frases comunes que escucho de alguien cuando le cuento que soy improvisador. La verdad es que miedos hay muchos: a los gatos negros, a las cucarachas, a las alturas, miedo a la cocina, a los fantasmas, miedo a los gobernantes malos y así… Incluso muchas personas que van a Acción Impro se sientan en las bancas de atrás por miedo a qué lo saquen al frente, según ellos, a hacer el ridículo.

A los improvisadores también nos da miedo hacer el ridículo, pero no le tememos al ridículo en fase 1, si no al ridículo en fase 5.

¿Y es que el ridículo tiene fases?

Pues eso me lo acabo de inventar, gracias a la impro soy imaginativo y no me da miedo si este artículo les parece ridículo.

La fase 1 del ridículo tiene que ver con romper la compostura, la etiqueta, la imagen. ¿Qué toca hacer muecas, voces raras o posturas corporales extra-cotidianas? ¡QUÉ TAL, ANTE TODO EL CACHÉ!

Pues resulta que a los improvisadores nos encanta el “Des-caché”; transformarnos, romper con todos los protocolos de comportamiento. Eso para muchos es, sin duda, hacer el ridículo y enfrentarse a las Burlas.

Fase dos: aparecen los errores propios y de los demás , acá es cuando muchos huyen, se esconden o intentan hacer como si nada pasara con tal de no dar motivos para la burla. A esta fase los improvisadores no le tememos porque nos encanta burlarnos de todo. La burla es como el Cocoloco de la improvisación, es el coctel que nos prende… la chispa. De ahí que muchos espectadores se hagan en las últimas bancas del teatro:

¡QUÉ MIEDO QUE SE BURLEN DE UNO!

La burla para los improvisadores es importante porque alimenta la tragicomedia de la escena (y la vida). El arte es amoral, entonces en la escena se juega tanto con las cosas buenas que nos suceden, como con las desgracias. Si durante una escena al improvisador se le enreda la lengua, se equivoca o se cae, será mejor que apure y repita el error o juegue con la equivocación, de lo contrario, vendrá el compañero de escena y se burlará de él para que el público se ría de su desgracia.

¡CUANTO GOZA EL PÚBLICO CUANDO UN IMPROVISADOR SE EQUIVOCA!

Qué bueno sería que todos aprendiéramos a gozar con las equivocaciones propias.

En la fase 3, el ridículo lo asocio con aquello que resulta desconocido y que pone en riesgo la propia etiqueta. Es común que la gente evite aquello sobre lo que no tiene control o conocimiento, pues es potencialmente peligroso para caer en ridículo. Para la impro lo desconocido es necesario; si no tenemos idea sobre qué hacer (cosa que sucede todo el tiempo), pues hacemos “cualquier cosa” con tal de generar movimiento en la escena; y si eso que hicimos no funciona para la impro, pues no nos enganchamos al “qué dirán”, hacemos caso omiso al descache cometido; es más, casi siempre lo aprovechamos para hacer que el público se ría de nuestro desacierto.

SI EL RIDÍCULO ES AJENO DA RISA, SI ES PROPIO, DA VERGÜENZA! ¡INCREÍBLE!

La fase 4 aún no la asocio con nada; en ese punto la imaginación me deja en ridículo.

La fase 5, con la que empezó toda esta discusión, a la que creo que todo improvisador le teme realmente, tiene que ver con Miedo a dejar de hacer el ridículo; en una situación cotidiana, una persona fuera de la escena, está en fase cinco cuando teme no al ridículo en sí, si no a No Ser Exitoso en el ridículo, algo así como no llamar realmente la atención con sus bufonadas o, peor aún, llamar la atención por un algo que no llama la atención. En la impro sucede algo parecido. El improvisador, por tratar de hacer una súper-recontra- interesante propuesta (que no funciona), termina bloqueándose a sí mismo; o todo lo contrario, por miedo a no lograr un ponche cómico, el improvisador desobedece a su instinto, se inhibe y se juzga internamente, evitando a toda costa el ridículo; sin embargo, en ambos cosas el efecto es inverso, por hacer bonito se hace feo.

PARA QUE EL RIDÍCULO NO SE VEA RIDÍCULO, HAY QUE HACERLO SIN PENA.

Para redondear un poco más este tema: si el improvisador se priva de perder la compostura en la escena, quedará realmente en ridículo frente al resto de compañeros que sí lo hacen. Pensemos en esto: Si en un grupo de locos, todos saltando y riendo alocadamente, hay un sujeto cuerdo, serio, bien comportado, este sujeto cuerdo, frente al resto, quedará como el loco.

La locura es un gran aliado a la hora de enfrentarse al miedo. La RAE define Miedo como “Angustia por un riesgo o daño real o imaginario/Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”.

La verdad es que para los improvisadores el miedo es algo maravilloso. No le tememos al miedo, es más, sin el miedo no podrían llegar tantas ocurrencias . Si nos guiamos por la RAE, para los improvisadores sentir “angustia por un riesgo imaginario” es parte del aderezo de la escena. Cuando se están imaginando todo tipo de situaciones y personajes, es necesario que haya esa angustia, ese peligro, de lo contrario, la imaginación se puede asentar y acomodar; el riesgo existe desde el instante mismo que empezamos a improvisar porque no sabemos qué sucederá en la escena, es el vértigo el que nos impulsa hacia la creación.

Así pues que es hora de ver al miedo y al ridículo no como el enemigo de la impro o de la vida, sino, como un aliado, un motor creativo y una fuerza que trae más posibilidades que coerción.

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