Por: Gustavo Miranda Angel

El ser humano se diferencia de los otros animales por su capacidad de pensar y razonar, pero lo que nos hace realmente especiales es nuestra capacidad de imaginar y recordar. Artistas, y muy especialmente quienes vemos la improvisación como el acontecimiento en sí, creamos a partir de estas dos características propiamente humanas: la memoria y la imaginación.

El pensador checo Rainer Maria Rilke dice que “crear tal vez no sea otra cosa que recordar profundamente”. Para improvisar una escena no necesitamos tener buenas ideas ni ser geniales en la construcción narrativa, basta con recordar para inspirarse e inspirar a las otras personas, confiar en la información que está guardada en la mente y en el resto del cuerpo, y no tiene que ser un recuerdo importante, un residuo coloquial, una banalidad suele ser suficiente para crear. Quien improvisa imagina y miente encima de lo que recuerda. Mentir en un escenario o al frente de una cámara no es mentir, es imaginar y crear realidades no convencionales que parten de lo cotidiano. Porque en el teatro las cosas no pasan como en la vida real pero la vida real está llena de material teatral que podemos cazar.

Muchas veces cuando imaginamos una escena sentimos que estamos entrando en un universo tan increíble que queremos a toda costa que los demás entren en él. En la improvisación es mejor poner nuestra atención en querer entrar en los otros universos, porque imaginar no implica ser original. Yo siempre pido a mis estudiantes que abandonen sus ideas, pues es mejor mandar nuestros deseos a un funeral que una fiesta, un lugar donde las ideas reposen como si estuvieran muertas, pero no se preocupen, ellas son como zombis y siempre vuelven, y nada mejor que una idea que vuelve sola en el momento justo, diferente a una idea impuesta, pensada y pretenciosa, como son todas cuando nacen por primera vez.

Cuando un deseo es tan potente que nos tapa los ojos ante el deseo ajeno, debemos respirar y trabajar el desapego, regresarlo a su estado de calma y entrar de nuevo en el flujo del acontecimiento privilegiando lo que quieren los demás. No podemos olvidar que ese flujo está siempre en contacto con las otras personas que improvisan con nosotros e inclusive con quien está espectando, de tal manera que en escena lo que recordamos nace de nosotros, pero se vuelve universal cuando lo utilizamos como material creativo. Lo que imaginamos no puede ser nunca hacia dentro sino hacia afuera, como una imaginación colectiva para todas y todos los que estamos improvisando juntos.

ESPERO SAIR COM VIDA
Collage de papel de @gustavomirandaa

Pero existe un tercer elemento que nos iguala a los otros animales: el instinto. Pareciera que el presente es un lugar que el animal común habita con mayor cuidado y atención, nosotros en cambio le damos mucha trascendencia a lo que fue y a lo que será. ¿Qué tal si cultivamos mejor nuestro instinto humano como mecanismo de sobrevivencia artística y social? Confiar en la intuición para el improvisador es como confiar en el olfato para el animal cazador. Cuando estoy improvisando en una escena ese instinto animal es inseparable de mi estado humano, del compendio de emociones que me sostienen en ese momento, es como estar al acecho todo el tiempo, por eso la importancia de la acción por encima de la palabra. La acción me ayuda a calmar la ansiedad, me da tiempo y me auto propone nuevos caminos a la hora de tomar alguna decisión. Cuando creo una historia al calor de la acción, entiendo más tranquilamente lo que está pasando aquí y ahora.

Observe un animal cazador, él entiende por instinto lo que tiene que hacer para cazar su presa, se mueve de la manera cierta, a la velocidad precisa, poniendo especial atención al otro animal, concentrado en cada paso que da. Debemos ser como el animal cazador. Ahora pensemos en la presa, su naturaleza es ser cazada, pero su instinto de supervivencia la hace huir rápidamente si percibe el peligro de la muerte, se defiende con todo para sobrevivir o se entrega al hecho cuando las garras o los dientes del cazador ya están clavados en su cuello. Debemos ser como la presa.

Recordar, imaginar, confiar en el instinto animal, saber mentir, esperar y entender con todos los sentidos lo que pasa aquí y ahora, sin pretensiones, con el cuerpo dispuesto y la mente tranquila, caminando siempre de la mano y queriendo entrar en la imaginación ajena, eso es improvisar.

Lee más de Gustavo Miranda en su blog personal: https://gustavomirandaangel.blogspot.com/

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *