Por: Carlos Pérez Pérez

“-Soy yo, quien te escribía desde las batallas, mírame, y mira hacia fuera, la guerra se ha ido, solo queda este valle rodeado de ganado y el mismo río de siempre, ¿te gustaría ir a nadar desnudos en las heladas aguas y dejar que la corriente se lleve todo el dolor que nos causó el estar separados? (el hombre se quita el sombrero, la mujer lo reconoce, estalla en llanto y lo abraza. Apagón. Fin de la impro. Aplausos, muchos aplausos, alguien del público se limpia una lágrima al ver tan maravilloso cierre de la historia.”

-¡Qué verraquera de improvisación!- he escuchado decir a muchos espectadores (y  varios actores), cuando una impro concatena perfectamente todos los elementos del engranado Aristotélico, y puesto que estos han surgido del repentismo[1], ¡Doble verraquera! ¡Qué talento! La historia parece pues ser la corona de la improvisación, quien la logre armar, saldrá heroico y empoderado de la escena, vinos y quesos esperaran para él y se llevará los atributos de ser un gran improvisador.

Improvisar una gran historia no es tarea fácil, la memoria, rapidez, creatividad, escucha y trabajo colaborativo resultan importantísimos a la hora de armar todos los elementos (personaje, objetivo del personaje, conflicto, antagonista, final inesperado, etc); cuanto mayor desfogue creativo arroja la escena, mayor es la exigencia del improvisador con respecto a la historia y por supuesto, para con el espectador, quien esta a al expectativa que la impro termine como una gran telenovela o película.

Por mucho tiempo la historia ha tenido una importancia relevante en el desarrollo de la improvisación, ficcionalizar[2] y representar han recaído sobre la creación de otros mundos desde la linealidad, la lógica y la causa y el efecto, solo hasta hace poco este elemento empieza a cuestionarse y a perder hegemonía en la escena improvisada. No es nada nuevo en el teatro: la fábula en la tragedia griega tuvo un salto a la intriga en el drama moderno y ahora el teatro post-moderno habla de acontecimiento; la impro parece que no es ajena a las necesidades del sujeto contemporáneo, una necesidad que parte más del tiempo presente, del ahora de la escena, de lo que sucede, de lo efímero de lo efímero en cuanto que la escena no es para dar entramados perfectos en el tiempo, sino en ofertar posibilidades del estar.

Espectáculos de Acción Impro como el Círculo y algunos apartes de Black & White, Desafinada Stéreo e Impredecibles, van en la misma vía de quitarse la corona de la improvisación. Las “ocurrencias” de la escena tiene como foco lo que sucede con el improvisador y sus desfogue emocional y creativo en pro de la conexión con el espectador, no en pro de la “gran historia” que contar. ¿Resulta esto un peligro para los principios de la improvisación? o ¿se hace necesario revisar las hegemonías de la escena de la impro?; la respuesta aún se está construyendo, lo que sí es cierto, es que en la impro nada sucede por capricho, el sujeto de la impro es un sujeto del inconsciente, tanto del individual, como del colectivo, entonces la corona parece no ser tan imprescindible a la hora de las representaciones y del virtuosismo del improvisador; lo que si vale la pena preguntarse es, con corona o sin corona, ¿Qué nuevos sentidos puede ofertar la impro en los tiempos actuales? ¿es relevante o no generar pensamiento desde la impro? Esas son preguntas que muchos improvisadores no están interesados en hacerse, lo que esta bien también, suficiente hay con encargarse de uno mismo como para tener que hacerlo con el mundo; aun así, la inquietud parece no pasar desapercibida y la impro, como un papel en blanco que es, puede ser coloreada de muchas maneras… o no, hay infinidad de caminos.


[1] Repentismo no existe para la RAE pero funciona como incorreción léxica.

[2] Idem.

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